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304.- USOS Y COSTUMBRES.- LAS BODAS EN SALVATIERRA DE LOS BARROS.

304De los años cincuenta data esta fotografía que hoy presenta el comentarista y que ha recuperado del archivo familiar; en ella vemos a dos paisanas nuestras: la señá Antolina a la que llamábamos cariñosamente en todo el pueblo “La Morgaña”, a su lado su hija Josefa, vivían en la calle El Pozo de nuestro pueblo Salvatierra de los Barros y corresponde al día en que Josefa iba a contraer matrimonio.

El que esto escribe se fija en los rollos del empedrado de la calle y le gustan, pero no quiere referirse a eso, sino al hecho de que la novia quiso perpetuar el acontecimiento de ir vestida con su traje blanco junto a su madre en la calle, antes de ir a la Iglesia, un detalle muy tierno, en la foto podemos comprobar la cara de felicidad de ambas.

Ahora: antes, durante y después del trámite religioso en la Iglesia los fotógrafos hacen un extenso reportaje, por aquellos años estos reportajes dentro de las gentes de condición humilde eran pocos, si acaso, algunos novios se trasladaban a Badajoz pasados unos días de celebrada la boda para que un fotógrafo dejara un recuerdo del acontecimiento

El banquete después de la ceremonia religiosa sí que se llevaba a cabo, en la mayoría de los casos se celebraban en las casas, por lo menos entre las gentes más humildes que éramos la mayoría; en ellas se acondicionaban las distintas dependencias en las que se instalaban las mesas de los in vitados que ocupaban las distintas salas, pasillo, zaguán y hasta en el corral se colocaban. La vajilla a utilizar para el banquete era aportada entre las vecinas, así que no existía uniformidad en los platos o en los vasos, cada vecina para identificar lo suyo le hacían una señal personal en cada pieza con tinta indeleble que normalmente era pintura de las uñas.

Días antes estas vecinas ayudaban al ama de casa a hacer las perrunillas, polvorones, galletas, flores, buñuelos…; la caldereta igual: se hacía normalmente de borrego o chivo, se cocinaba en el corral si no había sitio suficiente en la cocina, mucho trajín durante estos preparos, todo eran prisas y preocupaciones hasta el día de la boda que se transformaba en jolgorio y alegría.

Ya entrada la noche los músicos (si los había), se encargarían de darles serenata a los novios a la puerta de la casa, éstos a pesar de estar acostados se asomarían a la ventana para agradecerle a los rondadores y para que les dejaran tranquilos su detalle, convidándolos a unos dulces y a unas copitas de anís o coñac. Otros tiempos, otras costumbres…

 

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